sábado, 20 de diciembre de 2025

Superman (2025): Crónica de una euforia gratuita y un autor sin frenos, por Benjamin Gavarre

 


Superman (2025): Crónica de una euforia gratuita y un autor sin frenos


La llegada del nuevo Superman de James Gunn a las salas el 11 de julio (y su aterrizaje en Max el 19 de septiembre) no solo marca un cambio de guardia en DC, sino que pone en evidencia una tendencia peligrosa en el cine de autor contemporáneo: la autocomplacencia absoluta. Con una recaudación de 616 millones de dólares y un presupuesto que supera los 200 millones, la película se siente menos como una épica heroica y más como el patio de juegos de un director al que, parece ser, ya nadie se atreve a decirle que "no".



El "Niño Mimado" y la trampa de la euforia

Desde el primer acto, se percibe una atmósfera de euforia gratuita. Gunn dirige con una energía que raya en lo hiperactivo, como si estuviera bajo los efectos de un entusiasmo que no siempre se traduce en coherencia narrativa. Como dramaturgo, uno nota de inmediato cuando un recurso es orgánico y cuando es un "parche" para ganarse al público de forma barata.


El uso de Krypto (el superperro) o el rescate de ancianitas no son gestos de nobleza del héroe; son atajos emocionales. Es el truco del "Save the Cat" llevado al paroxismo: si no sabes cómo hacer que el público quiera a tu protagonista, ponle un perro adorable al lado. Es un recurso fácil, casi cínico, que subestima la inteligencia del espectador en favor de una respuesta sentimental inmediata.


Un héroe opacado por su propia fiesta




 

Hablemos de David Corenswet. El actor tiene una presencia agradable y funciona de maravilla en la dinámica romántica con Rachel Brosnahan (una Lois Lane solvente, aunque no icónica). Sin embargo, Corenswet carece del peso específico que el mito de Superman exige. En las escenas de acción, se siente como un maniquí de alta gama, un rostro bonito que se desvanece frente al carisma magnético de los secundarios.

Personajes como Guy Gardner o el impecable Mr. Terrific —con sus esferas tecnológicas y un diseño visual mucho más atractivo— terminan robándole el foco al Hombre de Acero. Superman es un invitado secundario en su propia película, eclipsado por la necesidad de Gunn de mostrarnos todos sus "juguetes" nuevos y su omnipresente selección musical, que ya no acompaña a la historia, sino que la interrumpe para recordarnos los gustos personales del director.



Lex Luthor: El diamante atrapado en el fango


Lo más rescatable de este ejercicio de egolatría es Nicholas Hoult. Su Lex Luthor es brillante, capturando la envidia intelectual y la soberbia de los mejores cómics. No obstante, el guion le juega en contra al obligarlo a participar en tramas geopolíticas de cartón (Boravia y Jarhanpur) que se sienten vacías.


Es inevitable la comparación: mientras que el Luthor de Kevin Spacey —un actor hoy proscrito, pero de una técnica innegable— nos entregó una maldad gélida y una presencia que llenaba la pantalla, Hoult lucha por ser tomado en serio en medio de un tono que a veces parece una farsa. Hoult tiene el talento para ser el villano definitivo, pero Gunn prefiere rodearlo de chistes rápidos y situaciones descabelladas que le quitan gravedad a la amenaza.



Conclusión: La falta de un editor


Al final, Superman (2025) es el resultado de un autor "consentido". Se nota en las costuras del texto: hay escenas que sobran, personajes que solo están para vender figuras de acción y una falta total de contención. La película es divertida por momentos, pero es una diversión epidérmica, sostenida por trucos de magia y música rock.


Para quienes buscamos una estructura dramática sólida, esta versión de Gunn se queda en la superficie. Es el vuelo de un hombre que cree que puede hacer lo que se le antoje porque tiene el presupuesto de su lado, olvidando que, sin un conflicto humano real y profundo, Superman no es más que un tipo agradable con una capa muy cara.


 

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