miércoles, 24 de diciembre de 2025

Stranger Things









 Stranger Things 


Crónica de Navidad en Hawkins: Cuando el recalentado sabe a 'Stranger Things' y pubertad tardía



Por: Un espectador con indigestión navideña

Benjamin GAVARRE 

La escena es un cliché de temporada: 25 de diciembre, el estómago a punto de reventar por el pavo y los romeritos, y la familia tirada en el sofá en un estado de coma alimenticio. Nadie quiere discutir política, así que encendemos la televisión. Y ahí está, como un regalo que pedimos hace tres años y que llega con retraso por culpa de pandemias y huelgas de Hollywood: el inicio de la quinta y última temporada de Stranger Things.

Netflix no da puntada sin hilo. Sabe que en estas fechas somos presas fáciles de la nostalgia y el entretenimiento pasivo. Así que, entre el ponche y el postre, nos sumergimos una vez más en Hawkins. Pero el regreso a este universo se siente, de entrada, como visitar a esos sobrinos lejanos que dejaste de ver cuando usaban brackets y ahora te abren la puerta con voz grave y exigiendo las llaves del coche.

El síndrome de los "Neandertales" y la eterna adolescencia

Lo primero que salta a la vista no son los efectos especiales, sino la biología. El tiempo en Hawkins pasa más lento que en el mundo real, y la disonancia cognitiva empieza a ser dolorosa.

Ver a Millie Bobby Brown (Once) ya no genera esa ternura protectora de la niña rapada. Ahora es una mujer joven con una presencia potente, casi de "tía responsable" o vecina que paga sus impuestos, atrapada en tramas que le quedan chicas. Pero el caso más agudo de este "estirón" incómodo lo sufren los galanes, ese grupo que acertadamente podemos llamar los "neandertales" sentimentales.

La rivalidad por Nancy Wheeler (Natalia Dyer) entre Steve Harrington (Joe Keery) y Jonathan Byers (Charlie Heaton) ha envejecido peor que la leche fuera del refri. La crítica especializada lleva tiempo señalándolo, pero verlo en pantalla gigante en Navidad es ineludible: Keery, superando ya la treintena en la vida real, sigue interpretando dinámicas de celos de preparatoria que se sienten forzadas. Son actores adultos jugando a ser "chavos", con peinados impecables de 1987, en un triángulo amoroso que parece no avanzar, congelado en el tiempo mientras sus rostros cuentan otra historia.

Y no olvidemos a los que antes nos caían mal y ahora... peor. Personajes como Mike Wheeler (Finn Wolfhard) han pasado de ser líderes valientes a neuróticos sabelotodos. Confieso que cuando los "malos" de turno le hacen bullying, una parte oscura de mí siente que es un poco de justicia kármica por lo insoportable que se ha vuelto.

Netflix y la maquinaria de los 30 millones

Mientras nosotros digerimos el bacalao, Netflix digiere ganancias astronómicas. Stranger Things no es solo una serie; es la joya de la corona de la plataforma, el activo que justifica las suscripciones trimestrales.

Detrás de esta temporada final están, nuevamente, los Hermanos Duffer (Matt y Ross) como creadores, y el productor ejecutivo Shawn Levy (el mismo director de éxitos de taquilla como Deadpool & Wolverine), quien se asegura de que cada plano parezca cine y no televisión.

Y vaya que cuesta. Los reportes de la industria sugieren que el presupuesto de esta temporada final ronda los 30 millones de dólares por episodio. ¿Se nota ese dinero en pantalla? Sí. Los efectos visuales, ya sea que te preguntes si es Inteligencia Artificial o CGI de primer nivel, son espectaculares. La incursión estructurada al "subsuelo" (el Mundo del Revés), donde habita el peligro real, luce más aterradora y costosa que nunca.

Netflix se mete en nuestra Navidad con la soltura de quien sabe que tiene el producto más adictivo del mercado, financiado con un cheque en blanco para garantizar que no cambiemos de canal.

El déjà vu y el nuevo sacrificio

A pesar de los millones y la pirotecnia visual, un intenso déjà vu invade la sala. Las fórmulas se repiten: el grupo se divide, los adultos heroicos —la siempre magnífica Winona Ryder (Joyce) y su robusto novio David Harbour (Hopper)— aportan la estabilidad emocional, mientras los jóvenes se suben a camionetas con localizadores.

El primer capítulo cierra con una nota conocida pero efectiva: el sacrificio de la inocencia. Una nueva niña ocupa el lugar de vulnerabilidad que alguna vez tuvo Will Byers. La vemos gritar mientras el techo de su casa se abre, clamando por unos padres que no llegarán a tiempo.

Es el aviso de que el Mundo del Revés ya no está contenido. Y nosotros, con el estómago lleno y un ligero dolor de cabeza, nos quedamos hipnotizados, preguntándonos si estamos listos para otro maratón de Stranger Things, o si solo estamos cumpliendo con el ritual de despedir a unos personajes que, al igual que nosotros, han envejecido cinco años en lo que pareció un parpadeo.



No hay comentarios.: