domingo, 21 de diciembre de 2025

Gen V: La Anatomía del Caos y el Colapso de la Ética. Por Benjamín Gavarre Silva.













Gen V: La Anatomía del Caos y el Colapso de la Ética


Por: Benjamín Gavarre Silva


I. Temporada 1: El Espejismo de la Identidad Metahumana


La primera temporada de Gen V logró lo que pocos spin-offs consiguen: heredar el ADN sanguinario de su predecesora, The Boys, y dotarlo de una voz propia. Ambientada en la Universidad Godolkin, la serie atrapó a la audiencia no solo por sus escenas de destrucción explícita y sexualidad bizarra —que para muchos resultaron grotescas—, sino por su tratamiento de personajes que, más que "superdotados", son seres rotos en un entorno hostil.

El motor de la historia fue el suicidio de Luke Riordan (Golden Boy), interpretado por Patrick Schwarzenegger, un acto de desesperación que destapó la "cloaca" de experimentos conocida como The Woods. En medio de este desastre emergen figuras inolvidables:

  • Marie Moreau (Jaz Sinclair): Con su perturbadora habilidad de manipular la sangre, representa a la alumna becada que debe sobrevivir a la corrupción sistémica.

  • Jordan Li (London Thor / Derek Luh): Un pilar de la diversidad contemporánea que utiliza su fluidez de género como una forma de resiliencia física y emocional.

  • Emma Meyer (Lizze Broadway): Cuya capacidad de cambiar de tamaño es una cruda metáfora de los trastornos alimenticios y la baja autoestima.

  • André Anderson (Chance Perdomo): Cuya presencia magnética llenaba la pantalla, recordándonos que el carisma suele ser el poder más peligroso.


II. El Vacío Ético: Donde la Moral se Despedaza

En el mundo de Godolkin, nadie se comporta con base en valores reales. La serie es un campo de batalla donde la ética (el estudio del bien) y la moral (la práctica social de esos valores) han sido aniquiladas:

  • La Corrupción Sistémica: Las empresas, los gobiernos y los medios de comunicación no buscan la justicia, sino "puntos de popularidad" y tendencias manipuladas.

  • La Traición a la Autonomía: El caso de Cate Dunlap es el punto más bajo en el plano ético; su capacidad para abusar de otros quitándoles la memoria es una violación absoluta al consentimiento y a la identidad humana.

  • El Abandono Parental: Desde los padres que ven a sus hijos como activos financieros hasta el padre de André (Polarity), quien solo intenta reivindicarse cuando el sistema ya ha devorado su legado.



III. Temporada 2: El Clavo Ardiente y el Mercado

La segunda temporada (2025) se enfrentó a un desafío extracinematográfico insuperable: la trágica muerte de Chance Perdomo en marzo de 2024. Aquí, la producción incurrió en un proceso cuestionable; en su afán por homenajear al actor, se "colgaron de ese clavo ardiente", reescribiendo la trama de forma que se sintió forzada y melancólica en exceso, perdiendo el ritmo frenético de la primera entrega.

Para intentar salvar la caída, la serie recurrió al "fan service" integrando a personajes icónicos como Stan Edgar (Giancarlo Esposito). Aunque Esposito aporta esa aura de villano resiliente —que remite inevitablemente a su legado en Breaking Bad—, su presencia no pudo ocultar los huecos de un guion que se sentía más como un "puente" hacia el final de The Boys que como una historia independiente.

El desencanto final llegó con el giro del villano: un enfrentamiento con Cipher que terminó siendo el títere de un Thomas Godolkin casi "momificado". Esta resolución dejó a la audiencia en un estado de incredulidad, preguntándose si el largo camino de traumas y luchas de Marie y sus amigos valió la pena para un cierre tan carente de fuerza épica.


Gen V no nació simplemente como un apéndice de la sátira política que es The Boys; nació como una disección visceral de la juventud contemporánea bajo el lente del "superheroísmo" corporativo. Si en la serie original el conflicto es el poder absoluto, en Gen V el conflicto es la identidad y el consentimiento.


En la primera temporada, la Universidad Godolkin se presenta como un microcosmos de nuestra sociedad: un lugar donde la valía personal se mide en métricas de redes sociales y donde los "dones" son, en realidad, traumas manifestados físicamente. Desde la hematocinesis de Marie Moreau hasta la fluidez de Jordan Li, la serie logra que lo fantástico sea una metáfora de lo real: la bulimia, la crisis de género y la orfandad emocional.


Lo que hace a Gen V una obra digna de análisis es su total desapego de la moral tradicional. En este universo, no existe la bondad desinteresada; existen, en cambio, negociaciones éticas. La capacidad de Cate Dunlap para borrar memorias no es solo un recurso narrativo, es un crimen contra la autonomía del ser, un abuso que la serie sitúa en el centro de su crítica.

Sin embargo, la producción misma de la serie cayó en su propia trampa ética durante la segunda temporada. La trágica pérdida de Chance Perdomo (Andre Anderson) obligó a la narrativa a pivotar sobre un "clavo ardiente": el duelo real convertido en motor de mercado. Esta decisión, aunque comprensible desde el respeto al actor, fragmentó la cohesión del guion, convirtiendo la trama en un puente comercial hacia el final de la franquicia, dejando de lado la profundidad de sus personajes originales por el brillo de cameos como el de Giancarlo Esposito.

El giro final de la segunda temporada, con un villano que resulta ser apenas un títere de un Thomas Godolkin revivido, es la culminación de este proceso. Es la representación de cómo el sistema —la "momia" corporativa— siempre recupera el control, incluso a costa de la lógica narrativa. Para el espectador, queda la sensación de que la serie acabó devorada por aquello que pretendía denunciar: la tiranía del mercado y la insaciable necesidad de contenido por encima de la coherencia ética.


Conclusión: ¿La Crítica o el Producto?

A pesar de sus aciertos iniciales en la representación de la diversidad y el respeto a las diferencias, Gen V terminó siendo devorada por las mismas lógicas de mercado que pretendía satirizar. La serie cuestiona la corrupción de todo, pero en su segunda temporada, la necesidad de satisfacer a las megaproducciones y de alargar una franquicia exitosa diluyó la potencia de su discurso social.

Lo que comenzó como una disección necesaria de la juventud metahumana terminó como un producto más de la maquinaria de Vought, recordándonos que, en la televisión actual, incluso la inmoralidad más radical puede volverse una mercancía predecible.